"Si alguno se cree religioso, pero no frena su lengua, sino que engaña a su corazón, la religión del tal es vana"
Santiago, 1:26
No conocemos el silencio, estamos sumergidos en el ruido,
llenamos todo de ruido y aunque queremos y tratamos de alcanzar el silencio, lo
hacemos por medio de la palabra no dicha, sin voces, sin sonidos, pero no
intentamos callar nuestro bullicioso pensamiento, hasta en oración estamos en
ruido buscando las palabras adecuadas para poder rezar.
Generalmente el
silencio se asocia bajo el plano físico como: “la ausencia de sonido, de
voz; el estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz”. Sin embargo
el silencio es mucho más. Pero no el silencio normativo o de la orden sino el
silencio reflexivo.
En el silencio se
llega al conocimiento interior y personal, el silencio es el gran maestro de la
verdad y del amor, es el comportamiento indispensable para vivir en
intimidad con el universo y con la gracia divina, el silencio es lo que le da
sentido a la palabra, a lo dicho.
Solo quien es capaz del silencio llega verdaderamente al
conocimiento interior al crecimiento espiritual, a comportamiento justo, la contemplación
y la verdadera comunicación con el otro, con la naturaleza con Dios.